Madrid consolida con estas fundaciones subvencionadas y especializadas en campos estratégicos su alternativa al Icrea catalán.
En los últimos ocho años, la ciencia catalana se ha convertido en un referente para el resto de España. Una de las causas es la creación de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (Icrea), que ha permitido repatriar a más de 200 cerebros.
La réplica de la Comunidad de Madrid tardó en llegar, pero en 2006 se materializó en una propuesta política hecha pública por el Gobierno de Esperanza Aguirre. Se aproximaba a la de la Generalitat en el nombre, en la vocación de captar a investigadores de primer nivel y ofrecerles unas condiciones de trabajo privilegiadas. Sin embargo, iba un paso más allá, como explica Clara Eugenia Núñez, por entonces directora general de Universidades de la Comunidad de Madrid e impulsora del proyecto.
«Quisimos superar el principal problema con que se encontraban los investigadores Icrea, que al tener que desarrollar su trabajo aislados en las universidades, eran objeto de un gran rechazo, porque se les veía como a privilegiados, lo que les impedía explotar al máximo sus posibilidades», explica. «Por eso optamos por impulsar la red de centros del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados (Imdea) e integrar en ellos a los investigadores», añade. El discurso de Núñez, y la filosofía que dio origen a Imdea destilan una visión muy crítica de la Universidad española. «Partíamos de la idea políticamente incorrecta de que no capta adecuadamente al personal, de ahí que no sea competitiva, y tampoco ayudan los planteamientos seudodemocráticos por los que se rige y la enorme burocracia que implica», afirma sin dudar.
Desde ese punto de partida florecieron en los siguientes años las ramificaciones de Icrea, orientadas hacia apuestas científicas estratégicas con un gran interés social. Agua en Alcalá de Henares, Alimentación y Nanociencia en Cantoblanco, Materiales entre Leganés y Ciudad Universitaria, 'Software' en Montegancedo, Energía en Móstoles, 'Networks' en Leganés y Ciencias Sociales en Tres Cantos.
Todos ellos muy cerca de las diferentes universidades públicas de la región, pero al margen de su disciplina académica y sus rigideces de contratación y funcionamiento. «Cada Imdea es una fundación privada sin ánimo de lucro en la que un comité científico decide las líneas de investigación y evalúa a qué investigadores se quiere contratar para desarrollarlas», asegura Begoña Moreno, coordinadora de Imdea, que también destaca que a esos científicos «se les paga en función de su currículo». Todo ello es aprobado por un patronato en el que están integradas empresas del sector. Por ejemplo, «en Imdea Agua toman parte el Canal de Isabel II, Aqualia y la división de agua de Sacyr, entre otras compañías», según explica Eloy García Calvo, su director. En este instituto se desarrollan actualmente 11 proyectos centrados en cuatro líneas: agua y medio natural, eliminación de contaminantes emergentes; tecnología (nanomateriales, desalación, bioceldas de combustible...) y aspectos socioecónomicos.
Otro rasgo característico de Imdea tiene que ver con la profesionalización de la gestión, de forma que el investigador no tenga que preocuparse de papeleos, proyectos y convocatorias. Y todo ello con una proporción de recursos públicos no superior al 70%. «La idea es que con los años se vaya incrementando el porcentaje de fondos captados, porque es la única manera de no depender de los vaivenes políticos y de épocas de crisis como esta», plantea Moreno. «Imdea nos permite evitar los corsés de los clásicos sistemas de investigación», apunta García Calvo, quien se muestra optimista, aunque admite que «es pronto para evaluar los resultados».
Moreno resume en cifras estos primeros tres años de andadura: 183 investigadores contratados, un 35% de ellos extranjeros llegados desde 15 países diferentes; 66 proyectos financiados en 40 líneas distintas y 22 artículos publicados en revistas de impacto.
Hace unas semanas se puso la primera piedra de lo que será el nuevo edificio del Imdea Nanociencia en la Autónoma de Madrid. Los demás, ubicados aún en locales alquilados, seguirán ese camino en los próximos meses. «En lugar de construir edificios y llenarlos con investigadores, pensamos que lo ideal era darnos unos años para reclutar a los mejores científicos y después edificar las sedes definitivas», comenta Núñez.
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